1 jul 2011

Capítulo 5.

5
Miro los estantes buscando algo que me interese, ya he cogido el bolígrafo de cinco colores y el cuaderno que quería. No encuentro nada más que me interese y me pongo a la cola. Mientras pago, me doy cuenta de que entre una cosa y otra han pasado dos horas. Ya son casi las cuatro… Y la cola no avanza.
Abro la cartera cuando me toca pagar. Mierda. Pago y me quedo con quince céntimos. Quince céntimos… No tengo bono para el bus y no me da para ir a casa. ¿Qué hago? Mi madre no conduce y mi padre está trabajando… Además, seguro que me echan la bronca. Decido que es mejor no llamarles. Salgo de la tienda con mi bolsa y sin dinero. Podría ir caminando hasta a casa, pero en esta época anochece pronto y está muy lejos. Ni siquiera sé cómo llegar… Me apoyo en la pared y suspiro. Suspiro profundamente. Saco el móvil y llamo a la única persona que se me ocurre.
¿Sí? dice la voz a través del teléfono.
Soy yo…
¿Alex?
Sí, Alex…
¿Qué ocurre? me pregunta Azul.
Le explico mi situación mientras va pasando el tiempo.
¿Y qué quieres que haga…?  me dice cuando termino de hablar.
¡Que me digas que tengo que hacer!
Azul comienza a reírse.
Eres muy poco independiente…
No estoy para bromas, Azul…
Y yo que sé… ¿No tienes ningún amigo que conduzca, nadie que vaya a buscarte? Eres una descuidada… ¿a quién se le ocurre salir sin dinero?
Argh, pareces mi madre. Te he llamado para que me ayudes, no para que me sermonees…
¿Por qué no llamas a ese chico? dice de repente.
¿A qué chico?
Al de la pastelería, ¿a quién si no?
¿A Oliver? ¿Estás tonta?  No le conozco de nada…
Pues no sé chica… vete caminando.
Pero…
Oye, te tengo que dejar, Hamburguesa está vomitado.
Y me cuelga. Me cuelga para salvar a su precioso perro. Comienzo a caminar, pues no me queda otra.

Miro el reloj. Han pasado veinte minutos y me queda mucho para llegar a casa. Resoplo, estoy cansada. Saco el móvil y busco en la agenda. Llego a la letra “O”. No me puedo creer que esté haciendo esto… Me armo de valor y, después de unos segundos, le doy a la tecla verde. Estoy nerviosa. Suena una vez. Parece que pasa una eternidad. Suena otra. Suena una tercera vez. Estoy por colgar cuando…
¿Sí?
Me quedo cortada. ¿Ahora qué digo?
Eh… Hola, ¿Oliver?
—Sí, ¿quién es?
Soy… Soy Alex, la chica de la pastelería, ¿te acuerdas de mí?
Se queda callado unos segundos.
¿La de la palmera de chocolate?
Sí, esa… me río, no puedo evitarlo, estoy muy nerviosa.
Uy, si al final me has llamado y todo.
Noto su acento gallego. Qué vergüenza…
Es que tengo un problema.
¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
¿Quieres oírlo o no?
Me empieza a cabrear…
Bueno… ya que has llamado no me queda otra.
Que te den.
Cuelgo con rabia y sigo caminando. Soy demasiado orgullosa. A los pocos minutos suena el móvil. Miro… es él. Me estoy pensando si cogerle o no. No puedo resistir la tentación. Después de hacerle esperar un poco, cojo.
¿Qué quieres?
Que me cuentes tu problema…
Me río y comienzo a contárselo. Soy demasiado blanda. Me escucha hasta el final sin hablar, sin emitir ni un solo sonido, por lo que hay veces que creo que ha colgado. Pero no es así.
Ya veo… ¿y qué quieres que haga? me dice cuando termino.
Me paro a pensarlo, es verdad, ¿qué quiero que haga?
Pues… nada. Olvídalo. Ni siquiera sé porque he llamado digo.
Estoy perdiendo las esperanzas, pero aún así no le cuelgo. Me estoy muriendo de vergüenza… Y no solo eso. No sé qué decir.
¿Dónde dices que estás?
Estoy en Colón… cerca de Muji, ¿sabes que tienda es?
Sí, claro, siempre voy a comprar cuadernos allí.
No puedo evitar reírme. Tenemos muchas cosas en común.
¿De qué te ríes?
Nada, nada… Bueno, ya hablaremos digo, con una punzada extraña en el corazón.
—Eh, no te muevas de ahí. Te voy a recoger a Muji, ¿vale?
Se me acelera el corazón. Esto no parece real. Balbuceo un poco, intentando actuar con normalidad.
Vale, te espero…
Él cuelga y aprieto el móvil contra mi oreja. Estoy contenta, pero a la vez asustada. Emocionada, pero a la vez tengo miedo. ¡Voy a verle! Pero… ¿y si me pasa algo? No le conozco de nada. ¿Y si digo algo y quedo en ridículo? Tengo miedo. Pero estoy contenta. Decido guardar el móvil y vuelvo a la puerta de Muji. Son las cinco y media… me pregunto cuánto tardará en llegar. ¿Dónde vivirá? ¿Y si no viene? Ni siquiera tengo música para relajarme un poco o dejar que pase el rato. ¿Qué clase de coche tendrá? ¿Y si viene en autobús y me paga el viaje? Me río ante la idea. Aunque no estaría nada mal. Así quizás me sentiría un poco más segura… Pero sería menos impresionante. Algo absurdo. Respiro hondo, esperando que eso me ayude.
Pasan los minutos y no viene. No quiero mirar el reloj. Quizás no ha pasado tanto tiempo, pero esto se me hace interminable. Me siento en el suelo húmedo y cierro los ojos, apoyándome en la pared. Pasa el tiempo y, de pronto, de una manera delicada, noto una mano sobre mi hombro, zarandeándome suavemente.
Eh…
Abro los ojos y le veo.
Oh… Eh, ¡hola! digo de repente.
¿Te habías dormido? dice riendo.
Qué va… sonrío y me levanto.- Muchísimas gracias por venir a buscarme…
No hay de qué.
Me tiende una mano y me levanto. Coge mi bolsa con el bolígrafo y el cuaderno sin que yo diga nada. Qué atento. Comienza a caminar delante de mí, con paso seguro, con la cabeza alta, pero de manera despreocupada. Me siento pequeña al mirar su espalda.

Abre la puerta de un Peugeot de color blanco. Me quedo algo cortada. Parece un coche caro y está muy limpio y nuevo, me extraña que un chico de diecinueve años tenga un coche así. No me esperaba esto.

—Venga, ¿no piensas entrar? ¿O estás esperando a que te abra la puerta? —me dedica una sonrisa torcida al decir eso.
—No —digo sin más y abro la puerta.
—Bien, porque yo no le abro la puerta a las niñas…
—Dudo muchísimo que le hayas abierto la puerta a alguna señorita. Y no soy una niña.
—Eres una adolescente, que es peor.
—Y tú uno que se quedó en la edad del pavo.
En ese momento, arranca el coche y pone la bolsa sobre mis rodillas.
—Y por lo visto también soy canguro… —me mira de arriba abajo, señalándome con la mirada y no puedo evitar reírme. —Ponte el cinturón.
—¿El cinturón? Si no va a pasar nada…
—Sinceramente, me importa poco lo que pueda pasarte, pero la multa me la como yo.
—Já, já —digo con una expresión muy seria y me pongo el cinturón—. Me resulta poco creíble que tuvieras que pagar tú la multa, seguro que lo harían tus padres.
—Sí, eso es. Seguro que lo harían.
Y sonríe sin mirarme, concentrado en la carretera. Yo decido no decir nada más, puesto que no me esperaba esa respuesta.
Me acomodo en el asiento del coche. Huele a nuevo. Miro a Oliver de reojo. Dios, es guapísimo… Tiene mucho estilo. Me pregunto si será rico… No tiene pinta de ir a trabajar, la verdad. Dejo de mirarle por miedo a que me descubra y desvío mi mirada hacia la ventana, observando el exterior. Entonces, pienso en esta situación y me hace gracia. ¿Cuántas veces le habré prometido a mi madre que no me montaría en el coche de un desconocido? Incontables. Pero tengo ese típico pensamiento. Él es diferente… Supongo que todas piensan eso y después pasa lo que pasa. Me pongo un poco nerviosa al darme cuenta de eso, y casi me arrepiento de haberle llamado. Pero por otro lado, él ha sido muy bueno y atento en todo momento, aunque sea un egocéntrico. ¿Y si me está engañando? Argh, lo odio. Ya me estoy comiendo la cabeza y dándole vueltas a todo. Por un lado, él me parece bueno, pero por el otro podría pasar cualquier cosa. Al fin y al cabo, no nos conocemos. Decido cerrar los ojos y concentrarme en la canción que suena en la radio, con el volumen bajo. Oh, conozco la canción. No solo la conozco, me gusta muchísimo. Sonrío. Harder than you know de Escape de Fate. Es una canción preciosa, y ahí viene mi parte favorita. «How can I miss you if you never would stay?» ¿Cómo puedo echarte de menos si tú nunca has estado? Canto sin darme cuenta, con los ojos cerrados, en ese cómodo coche, al lado de un completo desconocido. O casi.
—¿Te la sabes? —mi atractivo acompañante sonríe y sube el volumen.
Abro los ojos, algo avergonzada.
—Sí, me gusta bastante…
—A mí también, aunque no es la que más me gusta de este grupo.
—Pues a mí es la única que me gusta.
—Creo que no es una de las mejores —le miro y sonrío. Me permito sonreírle. Él sonríe también y se centra en la carretera, ya no queda mucho—. ¿Te gustan las motos, enana?
—No me llames así… —río—Y sí, sí me gustan…
—Genial. No estaba seguro. ¿Cojo este desvío? —pregunta, refiriéndose a la carretera.
—Sí, métete por ahí, sigue recto y enseguida estamos. Es la de allí, la número 73, al final de la calle. ¿A qué venía lo de las motos?
—Oh… era para venirte a buscar con mi Vespa la próxima vez.
—¿Próxima vez? —digo, con el corazón ligeramente acelerado, pero sin borrar mi orgullosa sonrisa de mis labios.
—Sí, algo me dice que está no será la última vez que nos veamos… sonríe y justo llegamos al portal.
Él aparca y se queda ahí, esperando a que me baje.
—Quién sabe… río y cojo mi bolsa, dispuesta a bajar del coche.
—Recuerda que tengo tu número, pequeñaja.
Me río, negando con la cabeza sin decirle nada. Abro la puerta y saco los pies, levantándome luego.
—Adiós chico egocéntrico…
Me responde con una sonrisa prepotente y cierro la puerta del coche. Me percato de que no se va hasta que yo cierro la puerta de casa. Ahora no sabe solo mi número de teléfono, también sabe dónde vivo. Y esa idea, en vez de preocuparme, me hace sonreír.




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